Los recuerdos barnizan los vértices gastados de la nostalgia. La realidad y los sueños comen del mismo plato y tras el postre, ya nada será igual. Dicen, que este tiempo nos enseña a no juzgar las acciones de otros. Dicen, que ya no es necesario abrir algunas ventanas para respirar el aire de la calle. Que el rumor de los sauces se pierde en los oídos y su fragancia se esconde en los lavabos. Solo esperas, que al final de éste viaje no haya nada que te puedas reprochar. Que las aves de tus cimientos piensen, que por fin, son libres, y el mundo está a sus pies. Tiempo de parar. De encontrarte contigo. Y parar. Que ya habrá tiempo de correr, y dejarnos la vida en los balcones. Tiempo de tener tiempo, y que el tiempo, no se convierta en cómplice y excusa, para no vernos. Tiempo para confinar mis manos en tu pecho. Sin motivo de regreso. Sin medidas liberatorias por confirmar. Dicen, que éste es el envite de la humanidad a nuestro desconcierto. A nuestra manera de maltratar el corazón de la tierra y sus raíces. La factura por maltratar nuestro cuerpo y nuestra mente, sufriendo el apagón analógico de los sentidos. Y el delito menor de las ausencias. El universo nos había dado unos segundos de ventaja y hoy, nos adelanta por los márgenes de su inmensidad. Su sombra, oscurece la materia en la que nos vemos consumidos. Cada día. Los seres animales, tienden a observarnos sin ambages, como tantas veces sufrieron la mediocridad de nuestras costumbres. Pasarán los días. Volverás a tu cárcel de equilibrio. Mientras tanto yo, te espero aquí, donde las hojas de los arces cambian de color.
tengo unas alas blancas, con que abrazar el aire,
rasgar el horizonte,
llegar hasta ciudades lejanas, como un sueño,
Y enseñarles a todos
que es posible la vida.