La muchacha de ojos tristes ve más allá de nuestra historia. Ve más allá de las monedas y de la infecta rectitud de la monotonía. No discute, solo con ella misma y sufre, desespera por dentro, detesta el suelo que le llena el estomago. Yo veo un corto en esta historia. En la empleada del mes que al recoger su premio se quita la ropa y huye envuelta en lagrimas atravesando una calle anegada de mujeres que dejan su vida en un portal. Huye, danza en la libertad de la cordura, sigue los pasos de su baile como madeja suelta al viento. Hoy deja algo dentro. Una mirada triste, una soledad que nadie entiende, una proeza que esgrime la rabia contenida. No dudes que será árbol arraigado a unos valores, al viento, a la danza a la libertad a su bondad. Lleva mi flauta consigo y toca de vez en cuando en cualquier calle perdida donde las almas pierden su honor y la noche enciende las miradas tristes. Vivirá actuando, bailando, dando color a la nocturnidad, apoyando los pasos en la mediocridad, en el desastre. Sí. Es un desastre que desarma mi pulcritud, mi orden, mis honores. Esparce sus vísceras por los ríos lacados del desdén, y rellena las horas con el canto del colibrí desalmado que nadie escucha, que canta solo y acompañado a ciertas horas. Y muere. Muere convencida, triste, libre, danzando, queriendo, luchando. Fiera, valiente, despeja sus dudas y amarra bien su mirada triste.
y te encontraré.
Escoltado por tus guardianes
yo te encontraré.
Como un animal desesperado
yo te encontraré.
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